Los japoneses consumen 125 millones de comics al mes: uno por cada habitante
Desde oriente con amor Los aficionados al melodrama también tienen la oportunidad de disfrutar con sus dibujos animados particulares. Por ejemplo, Candy -arriba- es una huerfanita perseguida por una banda de malhechores concebida por Yumiko Igarashi -abajo-, esta ilustradora ha conseguido imponer una estética dulce y tierna en el mundo machista y violento de la animación japonesa de vanguardia. |
Los comics son hoy la piedra de toque de la boyante industria editorial de aquel país: los japoneses, convertidos en insaciables devoradores de este tipo de publicaciones, consumen al año 400 millones de historietas en forma de volumen y 125 millones de comics al mes, uno por habitante. Cada semana, la primera revista del sector, la Shonen Jump, difunde seis millones de ejemplares de más de 300 páginas. En Japón, los comics compiten con la televisión, lo que constituye un fenómeno único en el mundo.
Son los lectores quienes, con sus compras, seleccionan los personajes de mayor éxito. Las cifras de ventas llevan a las principales editoriales (Kodansha, Shogakakun, Sueisha...) a proponer nuevas salidas al producto. El proceso es el siguiente: cuando una historieta alcanza una gran resonancia, se transforma inmediatamente en dibujo animado, casi siempre a cargo de la Toei Doga, la mayor productora de Japón. Si la audiencia es buena, el negocio se diversifica v se multiplica: los personajes inspiraran juguetes, pins, productos de papelería v todo tipo de complementos. El último paso llevará a la realización de una versión en videojuego para Sega o Nintendo. Sólo en 1992 este proceso generó 300 nuevas secuencias para la consola Super Famicon de Nintendo. La información se transmite directamente a Estados Unidos a través de un modem, con lo que se evitan las tasas de aduana.
El ritmo de producción es frenético.
A mano... |
Semejante frenesí ha terminado elevando a los altares a la técnica de la animación limitada, adoptada en su momento por Tezuka, al que todos consideran el Walt Disney japonés. El truco consiste en disminuir drásticamente el número de imágenes por unidad de tiempo. Si los norteamericanos animan sus películas a 16 fotogramas por segundo, los japoneses reducen la cadencia a sólo seis. Esta es la causa de la falta de flexibilidad que se advierte en las animaciones niponas. Pero los realizadores saben disimularla magistralmente a través de efectos de zoom y barridos panorámicos sobre el decorado.